viernes, 1 de agosto de 2008

De pronto estallan dentro instantes raros de otro tiempo


Hace un año que R. decidió irse, no aguantó más su realidad o la realidad de los demás. No la conocí lo suficiente, apenas nos besamos una noche y hablamos un par de veces, la última vez la vi mal pero no imaginé que pudiese hacerlo. Algo en ella despertaba en mí una sensación ya familiar. Ella ha sido una más que ha decidido irse y ni siquiera ha sido la persona más cercana. Pienso en las veces que yo también he maquinado irme y recuerdo las palabras de Aleister Crowley (no soy seguidor de sus ideas, algunas de las cuales me parecen aberrantes, pero sí me interesó ese personaje), referidas a los derechos del hombre; el primero dice:

“Man has the right to live by his own law:
to live in the way that he wills to do,
to work as he will, to play as he will,
to rest as he will,
to die when and how he will.”

Eso impactó en mi mente adolescente, esa última frase afirmando que cada persona tiene el derecho a morir cuándo y como quiera. La hice mía, me parecía correcta y acertada. Si no elegimos cuándo venir al menos decidir cuándo y cómo irse. Creo en ese derecho, no exactamente como se cree a nivel oriental, el código del honor y demás, sólo creo en el derecho a irse, sin más.
Lo que no evita que cuando alguien conocido lo ha hecho me pregunte una y otra vez por qué lo hizo y si pude hacer algo para cambiar el final.
Porque también abrazo (y con más ganas) el cinismo de Nietzsche cuando dice: “el suicidio es sólo una idea que ayuda a pasar más de una mala noche de insomnio”.
Por mi parte, aún tengo demasiada curiosidad como para finalizar.
Pero los que se han ido, como ella hizo hace un año, me devuelven a mi primera experiencia con la idea de suicidio, una historia que no recordé sino muchos años después, uno más de esos trucos que nos hace nuestro cerebro, escamoteando cosas del pasado y haciendo que aparezcan en los momentos más insospechados.
Cuando recordé lo que me pasó a los 9 años yo ya tenía veintitantos. Toda la escena se volvió a desarrollar como en una película en la que intervenía yo:

La fiesta del pueblo estaba en marcha, como cada junio, la era se iba llenando de las casetas de los feriantes y la chiquillería se reunía expectante, jugando y ayudando a los “quintos”. Allí estábamos un montón de críos, cuando alguien gritó desde lo lejos: “una culebra” y todos corrimos a ver al “terrible” animal. Se inició una cacería que comenzó a desagradarme y que terminó con el pobre bicho clavado en un poste en el centro de la era, abierta en canal (llevaba un montón de culebritas dentro) así que me fui de allí solo, asqueado por ese tipo de comportamiento “humano”, quería buscar más culebras para poder verlas vivas. Mientras caminaba me topé con una “gitanilla” (en realidad no lo era, pero en mi mente, ya que no guardo su nombre, la recuerdo así) de unos 13 años, que iba cargada con un enorme balde de ropa hacia el reguero. Me pidió ayuda y tomé una de las asas del barreño y continuamos caminando juntos hasta el lugar en que un rato antes apareció, para su mala suerte, el ofidio.
Recuerdo que me pareció preciosa. Era la primera vez que hablaba con una chica desconocida y me sentí bien. Sin embargo, las palabras que oí no eran agradables, hablaban del abandono de sus padres, de los malos tratos de sus tíos con los que vivía, del cansancio de deambular de un pueblo a otro sin poder ir al colegio, de las pesadas tareas de cada día, de las ganas de huir o desaparecer. Mientras enjuagaba la ropa en el agua reparé en sus muñecas vendadas y le pregunté al respecto, “Quise matarme”, espetó. Para mí eso era imposible de asimilar, no tenía ese concepto, no podía creerla. Uno no podía decidir eso, uno no podía matarse así…¿Quieres verlo?, me dijo. Sí, respondí. Ella me pidió que desatara sus vendajes y los desenrollé muy despacio, hasta que quedaron al aire las cicatrices y los puntos de sutura, tan recientes que aún sugerí que parecía pintado, mi cerebro no era capaz de procesar aquello como heridas y quería creer que lo había hecho con un rotulador, tan vivo y escarlata era el color. Las puso muy cerca de mis ojos, enfadada por mi incredulidad, que sólo era ignorancia y no pude ya engañarme, eran heridas verdaderas. Algo se rompió dentro de mí, algo cambió irremediablemente (mi mente infantil se hizo cargo de archivarlo fuera de lo consciente durante años). Si una muchacha como ella había querido irse, la vida se me volvía demasiado estrecha. Quise marcharme con ella, acompañarla en sus viajes y protegerla de su tío, pero me decía que él no dejaría que yo fuera con ellos; entonces mejor fugarnos juntos, le propuse, lejos de este pueblo, de tu familia, de toda esa gente odiosa y miserable, pero me devolvió a la realidad diciendo que yo sólo era un niño, que nos encontrarían, que no podríamos sobrevivir los dos solos en este mundo.
Prometí volver a verla esos días festivos, pero ya no pude, desapareció de la vista, sólo vi a su tío en la caseta de feria, una de esas de tiro con escopeta de aire comprimido. Le miré con odio, hasta le llegué a preguntar por ella, pero no me hizo el menor caso. Incluso tuve problemas con mi propia familia por estar allí pegado para ver si aparecía.
¿Por qué esta historia desapareció de mi mente y volvió décadas después con tanta intensidad? ¿Por qué pienso que ese suceso ha marcado mi relación con las mujeres? Tal vez sea de nuevo un juego malabar del cerebro, pero parezco tener un detector del malestar emocional y en vez de salir corriendo quiero quemarme a través de su dolor, necesito hacer algo para poder aliviar, salvar, devolver la salud, quiero sobre todo evitar lo peor, el acto final irremediable, lo que no quita para que a veces quiera eso mismo para mí. Así, mis experiencias más intensas han sido con mujeres que han arañado el otro lado en algún momento de su vida y así parece seguir siendo desde que tenía 9 años. No me interesa el morbo, no es eso, me interesa la intensidad y sólo parezco encontrarla en personas que han sido capaces de querer terminar y desaparecer, porque también suelen ser las personas con más ganas de vivir y de hacer cambios en este mundo tan lleno de miserias.
Ojalá esas personas encuentren el camino adecuado, la alternativa que aún sin darles la felicidad les permita seguir existiendo, mantener un ápice de curiosidad por el día de mañana, porque mañana todo será diferente, si somos capaces de “ver” como dice M. Proust: “El verdadero descubrimiento no es ver nuevos mundos, sino cambiar la mirada”.

3 comentarios:

bela dijo...

Amigo Andri creo que lo que te interesa de estas mujeres es la sensibilidad. No creo que sea morbosidad. Si intentaron acabar con sus vidas o lo consiguieron era porque no eran un trozo de carne conformista sino mas bien un tipo de personas diferentes, sensibles y atrapadas.
Supongo que no se puede resistir nadie a intentar ayudar a quererlas salvar, o si?. Yo no podría dejar de intentarlo
un saludo

Andriu dijo...

Así es Bela, gracias por tu comentario; creo además, que para poder sacar a alguien de su infierno es necesario haber estado también en él o muy cerquita, de lo contrario, empatizar con esa persona se hace muy difícil, por eso es muy habitual que la gente que ha tenido una enfermedad, adicción, maltrato, etc. y lo ha superado, se vea tabajando en algo relacionado con ese tema y se sienta realizado así. Saludos

.::FaËriKa::. dijo...

Muy bueno tio, está muy bien relatado. Me alegra que vuelvas a retomar tus artes y tus dones...